¿Qué habría pasado sí?
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¿Qué habría pasado sí?
((Se trata de una iniciativa que se dio en el foro de errantes y que me pareció muy curiosa, se trataba escribir relatos acerca de qué habría sucedido con nuestros personajes si la línea argumental hubiera sido diferente y si algunos de los eventos importantes del juego hubieran tenido un final diferente. En concreto, en este relato se trataba del ¿Qué habría pasado si la invasión de la Plaga a las ciudades, la del evento preexpansión, hubiera triunfado? Este fue el relato y la situación que yo imaginé y escribí, sería guay reflotar esto aunque sea sólo en nuestro propio foro, animaos y escribid vuestro propio relato ))
Re: ¿Qué habría pasado sí?
Y si hubiera triunfado el ataque de la plaga.
La centinela daba vueltas en círculos a lo largo de la plataforma del muelle, mientras sus dientes se esmeraban en reducir las uñas de la mano izquierda a su mínima expresión. Todos llevaban más de quince horas trabajando a destajo sin descanso, las manos de los arrieros del muelle sangraban enrojecidas con el ritmo al que realizaban las maniobras de atraque de los barcos que llegaban a Auberdine atestados de refugiados de Darnassus y el Éxodar.
Divisaron a la última embarcación que esperaban según los registros de la capitanía de la ciudad, tras ese barco, quienes hubieran quedado en Darnassus estarían abandonados a su suerte. La silueta del barco comenzaba a definirse entre la niebla de la costa, balanceándose penosamente a babor y estribor, se escuchaban desde el puerto los gritos y lamentos de loa viajeros. Formó junto con el resto de centinelas al borde del muelle, las órdenes eran las de conformar un cordón de control y filtrar la salida de los pasajeros de la nave, el muelle sur había quedado casi totalmente destruído cuando una avalancha de refugiados se habían precipitado desordenadamente huyendo de un necrófago que había conseguido colarse como polizón en la embarcación.
Entrelazó las manos con las de la centinela a su derecha, una joven llamada Shyal, y a su izquierda, la veterana Ilbeleth, y se preparó para resistir la embestida de la masa desesperada por desembarcar. Las piernas tensas y ligeramente flexionadas, alerta ante cualquier movimiento hostil, observando a cada uno de los refugiados que descendían de la pasarela del barco. Un grupo de sacerdotisas de Elune y druídas apostados delante de su cordón de seguridad inspeccionaban a los recien llegados, evaluando si existía algún síntoma de infección que pudiera suponer una amenaza para la caravana de refugiados. Un enviado del círculo cenarión de figura enjuta y melena larga e impolutamente blanca revisaba las pupilas de una joven encinta, a continuación un anciano vestido con togas hechas jirones y el rostro desencajado por el dolor, luego una centinela con el rostro surcado de arañazos y su armadura cubierta de sangre...
En ese momento, una multitud de gritos de pánico desviaron la atención de todos los presentes en el muelle, muchas centinelas abandonaron el cordón de seguridad y se giraron hacia el muelle oeste, acababa de atracar el barco del Éxodar. A lo largo de la plataforma una abominación deambulaba libremente sembrando el caos, las armas que empuñaba en sus manos descomunales abatían con facilidad a las centinelas, zarandeándolas y lanzándolas al agua con una velocidad espantosa, uno de sus ganchos se clavó en el vientre de la joven que acababa de pasar el control, Aynarah la vio pasar a su lado y los segundos se hicieron eternos. Tuvo tiempo de examinarla completamente, de pequeña estatura, pero complexión fuerte, sus cabellos verdes ahora desordenados y cubiertos de sangre, sus ojos, de un verde inquietante, se clavaron en Aynarah pidiendo auxilio, rogando aterrada, no sólo por su vida, sino por la que llevaba con ella, en esa mirada Aynarah vio años de sufrimiento, pequeños reductos de esperanza y escasos momentos de felicidad. La abominación dio un latigazo con esa misma cadena lanzando una docena de civiles a las aguas y sesgando sus vidas con el golpe, mientras se acercaba bamboleante hacia ellos enganchó con otro latigazo el mástil del barco haciéndolo volcar y tirando por la borda a todos los refugiados que aterrados no habían tenido tiempo de desembarcar.
¡¡Romper la formación!! ¡Abatid a esa cosa!.- Vociferó la capitana al mando de la misión de evacuación.
Aynarah soltó velozmente las manos de las centinelas a sus extremos y empuñó su arco con decisión, con una coordinación coreográfica, hicieron llover una lluvia de saetas sobre el engendro que retrocedió torpemente, tropezando y cayendo abatido por lo que en su momento había sido el muelle sur, al fondo marino, levantando una gran salpicadura de agua salada sobre todos los presentes en el muelle.
Cuatro meses más tarde.
Aynarah se dejó caer sobre la balaustrada del puesto de guardia soltando un bufido sin cesar de mirar alerta el horizonte. La Atalaya de Maestra se había convertido en la primera línea de defensa de Vallefresno ante el asedio de los no-muertos, con todo el dolor de su alma, los kaldoreis se habían visto a obligar a usar las ciclópeas ruinas de la Ensenada de Zoram para construír una muralla que pudiera resistir las embestidas de la plaga, otros tres puestos de vigilancia se habían establecido a lo largo de la frontera con Costa Oscura, uno en la costa al norte de la ensenada, y otro dos sobre las colinas, con sus precarios torreones vigilaban la línea pétrea que los separaba de una muerte segura.
El justicar Amnehil había reunido al ahora llamado “frente de resistencia de Kalimdor” haciendo acopio de todos los centinelas de la zona y entrenando a todos los civiles que fueran capaces de usar un arma, en la Atalaya había trabajo para todos. Quienes no sabían luchar, podían reparar armaduras, fabricar cuerdas y redes, afilar flechas, cazar o recolectar hierbas para preparar medicamentos para los heridos... Aún así, era una tarea agotadora, pese al gran esfuerzo hecho, habían perdido ya a una tercera parte de todos aquellos que fueron evacuados desde Auberdine, los turnos de vigilancia eran largos y la comida escasa.
-Deja ya de quejarte Irdeel.- Espetó con molestia la centinela.- ¿Acaso preferirías haberte quedado en Darnassus y ser ahora uno de ellos?
-Solo digo que no estamos bien organizados, por más que admires a tu querido centinelo, si fuera un hombre sensato nos habría ordenado replegarnos hacia un puesto más seguro.
¿Replegarnos? Lo único que haríamos sería ceder unos kilómetros, pero seguiríamos estando en primera línea, perder terreno es un error incluso peor.
Mira, yo creo que si quieren que seamos eficaces necesitamos unos permisos en condiciones y unos...
Serges, un vindicador draenei que se había sumado a las fuerzas de la resistencia, se irguió alerta, atisbando unos movimientos sospechosos al este de la atalaya.
Orcos.- dejó escapar lacónicamente el draenei.
Aynarah se acercó a su posición y observó en la lejanía, un grupo conformado por tres guerreros orcos, un tauren y un trol se aproximaban a paso lento por el camino. Resopló pensando con rapidez y dio la orden de guardan la atalaya a los cuatro centinelas que vigilaban a diario bajo su mando en la posición. Descendió apresuradamente las escaleras seguida por el draenei, no conocía mucho de esos seres, pero Serges siempre había despertado curiosidad en ella, lo conoció al día siguiente de la evacuación, con la mirada perdida buscaba desesperadamente a su amada entre la multitud, hasta ahora no había dado con ella, y las posibilidades eran ya ínfimas, pero era de corazón fuerte, y no perdía la esperanza. Llegaron al pié de la torre y vociferaron en busca del oficial de guardia, el justicar se encontraba realizando la ronda oportuna en los puestos avanzados del oeste y el druída Lasselanta había quedado al cargo de la Atalaya. Todo en él era serenidad y calma, como quien ha vivido ya larguísimos años tomaba su tiempo en cada uno de sus gestos, pensando rápido, pero hablando con calma y lentitud. Tras un saludo marcial, el draenei le explicó el avistamiento de la patrulla orca, y tras un leve gesto de cabeza partieron a paso relativamente lento a su encuentro.
En estado de alerta y con las armas preparadas se plantaron firmes ante la patrulla que aguardaba pacientemente en el camino, uno de los orcos desmontó lentamente, sin apartar la vista de ellos y dejó su arma sobre el camino.
-Ish'nu ala-. Pronunció el orco con un torpe acento gutural-. Soy Bordruk y no vengo a atacar vuestra fortaleza.
Con un gesto suyo, sus acompañantes depusieron las armas igual que él y desmontaron lentamente.
¿Entonces?-. Cuestionó el druída con una calma imperturbable.
Tenemos un batallón de más de 500 soldados al otro lado del río, los no-muertos están retenidos en la empalizada Mor'shan. Venimos a haceros una propuesta.
Escucho.
Aynarah tragó saliva, desconfiada de la palabra del orco, llevando las manos a sus dagas tensa por la situación, pero el druída hizo un ligero gesto con la mano ordenándoles abandonar la posición defensiva temporalmente.
Unamos nuestras fuerzas-. Respondió Bordruk.- Podemos seguir resistiendo las embestidas de la plaga en nuestros respectivos fuertes, pero, si combinamos nuestras furzas, podríamos conseguir ganarles terreno.
Lasselanta hizo un segundo gesto ordenando recoger las armas que descansaban sobre el camino, mientras una sonrisa complacida se dibujaba en su sereno rostro.
Seguidnos, creo que tenemos mucho de lo que hablar.
La centinela daba vueltas en círculos a lo largo de la plataforma del muelle, mientras sus dientes se esmeraban en reducir las uñas de la mano izquierda a su mínima expresión. Todos llevaban más de quince horas trabajando a destajo sin descanso, las manos de los arrieros del muelle sangraban enrojecidas con el ritmo al que realizaban las maniobras de atraque de los barcos que llegaban a Auberdine atestados de refugiados de Darnassus y el Éxodar.
Divisaron a la última embarcación que esperaban según los registros de la capitanía de la ciudad, tras ese barco, quienes hubieran quedado en Darnassus estarían abandonados a su suerte. La silueta del barco comenzaba a definirse entre la niebla de la costa, balanceándose penosamente a babor y estribor, se escuchaban desde el puerto los gritos y lamentos de loa viajeros. Formó junto con el resto de centinelas al borde del muelle, las órdenes eran las de conformar un cordón de control y filtrar la salida de los pasajeros de la nave, el muelle sur había quedado casi totalmente destruído cuando una avalancha de refugiados se habían precipitado desordenadamente huyendo de un necrófago que había conseguido colarse como polizón en la embarcación.
Entrelazó las manos con las de la centinela a su derecha, una joven llamada Shyal, y a su izquierda, la veterana Ilbeleth, y se preparó para resistir la embestida de la masa desesperada por desembarcar. Las piernas tensas y ligeramente flexionadas, alerta ante cualquier movimiento hostil, observando a cada uno de los refugiados que descendían de la pasarela del barco. Un grupo de sacerdotisas de Elune y druídas apostados delante de su cordón de seguridad inspeccionaban a los recien llegados, evaluando si existía algún síntoma de infección que pudiera suponer una amenaza para la caravana de refugiados. Un enviado del círculo cenarión de figura enjuta y melena larga e impolutamente blanca revisaba las pupilas de una joven encinta, a continuación un anciano vestido con togas hechas jirones y el rostro desencajado por el dolor, luego una centinela con el rostro surcado de arañazos y su armadura cubierta de sangre...
En ese momento, una multitud de gritos de pánico desviaron la atención de todos los presentes en el muelle, muchas centinelas abandonaron el cordón de seguridad y se giraron hacia el muelle oeste, acababa de atracar el barco del Éxodar. A lo largo de la plataforma una abominación deambulaba libremente sembrando el caos, las armas que empuñaba en sus manos descomunales abatían con facilidad a las centinelas, zarandeándolas y lanzándolas al agua con una velocidad espantosa, uno de sus ganchos se clavó en el vientre de la joven que acababa de pasar el control, Aynarah la vio pasar a su lado y los segundos se hicieron eternos. Tuvo tiempo de examinarla completamente, de pequeña estatura, pero complexión fuerte, sus cabellos verdes ahora desordenados y cubiertos de sangre, sus ojos, de un verde inquietante, se clavaron en Aynarah pidiendo auxilio, rogando aterrada, no sólo por su vida, sino por la que llevaba con ella, en esa mirada Aynarah vio años de sufrimiento, pequeños reductos de esperanza y escasos momentos de felicidad. La abominación dio un latigazo con esa misma cadena lanzando una docena de civiles a las aguas y sesgando sus vidas con el golpe, mientras se acercaba bamboleante hacia ellos enganchó con otro latigazo el mástil del barco haciéndolo volcar y tirando por la borda a todos los refugiados que aterrados no habían tenido tiempo de desembarcar.
¡¡Romper la formación!! ¡Abatid a esa cosa!.- Vociferó la capitana al mando de la misión de evacuación.
Aynarah soltó velozmente las manos de las centinelas a sus extremos y empuñó su arco con decisión, con una coordinación coreográfica, hicieron llover una lluvia de saetas sobre el engendro que retrocedió torpemente, tropezando y cayendo abatido por lo que en su momento había sido el muelle sur, al fondo marino, levantando una gran salpicadura de agua salada sobre todos los presentes en el muelle.
Cuatro meses más tarde.
Aynarah se dejó caer sobre la balaustrada del puesto de guardia soltando un bufido sin cesar de mirar alerta el horizonte. La Atalaya de Maestra se había convertido en la primera línea de defensa de Vallefresno ante el asedio de los no-muertos, con todo el dolor de su alma, los kaldoreis se habían visto a obligar a usar las ciclópeas ruinas de la Ensenada de Zoram para construír una muralla que pudiera resistir las embestidas de la plaga, otros tres puestos de vigilancia se habían establecido a lo largo de la frontera con Costa Oscura, uno en la costa al norte de la ensenada, y otro dos sobre las colinas, con sus precarios torreones vigilaban la línea pétrea que los separaba de una muerte segura.
El justicar Amnehil había reunido al ahora llamado “frente de resistencia de Kalimdor” haciendo acopio de todos los centinelas de la zona y entrenando a todos los civiles que fueran capaces de usar un arma, en la Atalaya había trabajo para todos. Quienes no sabían luchar, podían reparar armaduras, fabricar cuerdas y redes, afilar flechas, cazar o recolectar hierbas para preparar medicamentos para los heridos... Aún así, era una tarea agotadora, pese al gran esfuerzo hecho, habían perdido ya a una tercera parte de todos aquellos que fueron evacuados desde Auberdine, los turnos de vigilancia eran largos y la comida escasa.
-Deja ya de quejarte Irdeel.- Espetó con molestia la centinela.- ¿Acaso preferirías haberte quedado en Darnassus y ser ahora uno de ellos?
-Solo digo que no estamos bien organizados, por más que admires a tu querido centinelo, si fuera un hombre sensato nos habría ordenado replegarnos hacia un puesto más seguro.
¿Replegarnos? Lo único que haríamos sería ceder unos kilómetros, pero seguiríamos estando en primera línea, perder terreno es un error incluso peor.
Mira, yo creo que si quieren que seamos eficaces necesitamos unos permisos en condiciones y unos...
Serges, un vindicador draenei que se había sumado a las fuerzas de la resistencia, se irguió alerta, atisbando unos movimientos sospechosos al este de la atalaya.
Orcos.- dejó escapar lacónicamente el draenei.
Aynarah se acercó a su posición y observó en la lejanía, un grupo conformado por tres guerreros orcos, un tauren y un trol se aproximaban a paso lento por el camino. Resopló pensando con rapidez y dio la orden de guardan la atalaya a los cuatro centinelas que vigilaban a diario bajo su mando en la posición. Descendió apresuradamente las escaleras seguida por el draenei, no conocía mucho de esos seres, pero Serges siempre había despertado curiosidad en ella, lo conoció al día siguiente de la evacuación, con la mirada perdida buscaba desesperadamente a su amada entre la multitud, hasta ahora no había dado con ella, y las posibilidades eran ya ínfimas, pero era de corazón fuerte, y no perdía la esperanza. Llegaron al pié de la torre y vociferaron en busca del oficial de guardia, el justicar se encontraba realizando la ronda oportuna en los puestos avanzados del oeste y el druída Lasselanta había quedado al cargo de la Atalaya. Todo en él era serenidad y calma, como quien ha vivido ya larguísimos años tomaba su tiempo en cada uno de sus gestos, pensando rápido, pero hablando con calma y lentitud. Tras un saludo marcial, el draenei le explicó el avistamiento de la patrulla orca, y tras un leve gesto de cabeza partieron a paso relativamente lento a su encuentro.
En estado de alerta y con las armas preparadas se plantaron firmes ante la patrulla que aguardaba pacientemente en el camino, uno de los orcos desmontó lentamente, sin apartar la vista de ellos y dejó su arma sobre el camino.
-Ish'nu ala-. Pronunció el orco con un torpe acento gutural-. Soy Bordruk y no vengo a atacar vuestra fortaleza.
Con un gesto suyo, sus acompañantes depusieron las armas igual que él y desmontaron lentamente.
¿Entonces?-. Cuestionó el druída con una calma imperturbable.
Tenemos un batallón de más de 500 soldados al otro lado del río, los no-muertos están retenidos en la empalizada Mor'shan. Venimos a haceros una propuesta.
Escucho.
Aynarah tragó saliva, desconfiada de la palabra del orco, llevando las manos a sus dagas tensa por la situación, pero el druída hizo un ligero gesto con la mano ordenándoles abandonar la posición defensiva temporalmente.
Unamos nuestras fuerzas-. Respondió Bordruk.- Podemos seguir resistiendo las embestidas de la plaga en nuestros respectivos fuertes, pero, si combinamos nuestras furzas, podríamos conseguir ganarles terreno.
Lasselanta hizo un segundo gesto ordenando recoger las armas que descansaban sobre el camino, mientras una sonrisa complacida se dibujaba en su sereno rostro.
Seguidnos, creo que tenemos mucho de lo que hablar.
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